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*** El Ángel que escapó ***

  • cavernico9
  • 9 ene 2022
  • 1 Min. de lectura

Actualizado: 22 jun 2022


Introducción

Lo que se narrará a continuación es verídico testimonio de lo que se me concedió presenciar en apenas siete días: Los Alpes, Siberia, El Canal de la Mancha, Las Tierras Bajas de Europa y La Amazonía, vistas todas desde el aire. Desde un extremo, anduve por las calles de Marunochi, Hibiya, Chiyoda, Shibuya y ShinJuku, buscando un par de zapatillas sin hallar mi talla. Tras un parpadeo, me encontré andando en sandalias por calles, avenidas y jirones tan concurridos como sucios. A nombrar: Tacna, Abancay, Andahuaylas, Juliaca, Huanta, Cuzco, Huánuco, Grau, Aviación, etc. Parecería que hubiese sido succionado por un agujero del espacio – tiempo hacia el inframundo del desarrollo. Pero es preciso ahondar en el intervalo que explica semejante transportación. La Historia comienza sobre un futón en un rincón del piso una noche del mes Once.


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Cap01. La Vida es Sueño

Repasando por enésima vez la logística para emprender un nuevo peregrinaje hacia la “Montaña de los Dioses”, caí inmerso en sueño profundo donde me encontré en la falda de una Montaña distinta, la cumbre de hielo perpetuo figuraba tremendo desafío de escalada. Seguí en retaguardia a una fila india cuando emprendía la marcha para el complicado ascenso. A medida que remontábamos el desnivel de la pendiente se desató un temporal que evolucionó pronto en copiosa nevada, poco a poco fui superando a quienes quedaban rezagados y al hacerlo, desaparecían de inmediato sin dejar rastro. Causo_me sorpresa que al llegar al cobijo de una depresión en una pared lateral del macizo, la visión se invirtió como si nos encontrásemos dentro de un cráter desde el cual era posible observar directamente la cumbre. Con asombro distinguí a un hombre que se deslizaba cuesta abajo sobre un trineo halado por criaturas invisibles. El hombre advertía con portentosa voz que se precipitaría pronto una avalancha y que debíamos retirarnos de inmediato. La agitación se extendió pronto entre los sobrevivientes abordando un ómnibus materializado a su voluntad. De entrada, me rehusé a abandonar el capricho de continuar hasta completar el objetivo, más fui persuadido por prudente consejero con la advertencia que no hallaría refugio ni asistencia humana más adelante. Necio aún, pedí me entregasen un mapa y señalé con el dedo una ruta paralela; acepté la movilidad hasta la divergencia de caminos. El hombre de sabio talante cedió ante mi intransigencia, se ubicó al volante, encendió el motor y suavemente condujo dibujando una espiral en sentido opuesto a las agujas del reloj. Ocurrió algo más fantástico aún: La carrocería fue desmantelada, y el vehículo ahora apenas tan angosto como un coche se deslizaba a rutilante velocidad por sobre rieles que se extendían y torcían como una montaña rusa, la velocidad incrementó hasta que me encontré de pie con firmeza sobre una tabla que se encaramaba sobre la cresta de una Ola a punto de reventar sobre la superficie, cuando el impacto parecía inevitable, todo alrededor pareció tomar apariencia y forma tangible, pese a mi incredulidad, todo lucía real. El ómnibus se detuvo en una estación y los pasajeros descendieron bastante animosos. Aquí ocurrió lo sublime: Sumamente confundido y ofuscado me adelanté hacia la cabina para increpar al conductor por su engaño, al frente se interpusieron cuatro figuras vestidas con indumentaria de montaña, cuatro siluetas que se dieron vuelta para mostrarme su apariencia, los cuatro seres lucían idéntic@s, las criaturas más hermosas que jamás he encontrado en el camino. Una de ellas me habló y su voz se replicó en las otras tres, diciéndome todas: “¿Lo has entendido? No es momento de subir más Montañas. No insistas.” Entonces desperté y supe que había recibido un mensaje fuera de nuestras dimensiones. Me propuse desentrañar la advertencia.

*** Los Sueños, nos guían ***

Cap02. Liberación

Quedará pendiente de narrar a detalle… Como fue que las subsiguientes semanas y días se hicieron más cortos aun no habiendo acontecido el Solsticio. Cómo y por qué decidí postergar la mudanza hasta la víspera de la partida. Como conseguí distribuir setenta y nueve kilos en cuatro mochilas y deshacerme en tres horas de las existencias remanentes para entregar el apartamento tan limpio como me hubiese gustado recibirlo. Como y en qué términos una voz lúgubre se manifestó mientras apilaba el equipaje en la calle, diciéndome que si en verdad quería alcanzar la liberación debía desprenderme de todo el peso innecesario. Como acallé sinfín de tormentosos pensamientos a lo largo de mil metros hacia la estación y Como deshice la angustia que experimenté cuando oí a través del megáfono que el tren expreso hacia Narita Kuko/Aeropuerto partía mientras aún cargaba las maletas por las escaleras. Como también, oí otra voz susurrándome al oído que no debía esperar el siguiente tren y conseguir de inmediato un taxi. Como al presentarme al mostrador de la aerolínea fui rechazado e impedido de registrarme puesto que mi certificado PCR Negativo había sido emitido treinta minutos después del periodo perentorio de setenta y dos horas exigidas por Migraciones. Como debí pedir auxilio a la operadora de emergencias del Consulado en Tokyo a través de un teléfono prestado y Como resolví, cinco minutos antes de la última llamada a abordar, convencer a dos mujeres japonesas, a un francés y a un holandés que, hacia donde me dirigía, la formalidad de un protocolo de bioseguridad es letra muerta. Aunque, en honor a la Verdad debo manifestar que la resolución del infausto impasse fuese conseguido por intervención divina, en atención a una poderosa oración que me obsequió una mujer que me observaba a la distancia con compasión. Fue entonces que un ser celeste se manifestó desplegando sus alas para deshacer la cuadrícula de oposición haciendo que la autoridad al otro lado del teléfono, ordenase desde Ámsterdam cargar mi equipaje a la bodega y pueda cruzar los controles. Quedará pendiente de transcribir… Como corrí por La Terminal calzando pesadas botas para la nieve, Como conseguí explicar con solventes mímicas las bondades del “MAKUNESHIO” al inspector cuando revisó una mochila y preguntó: “¿Nani core/ Qué es esto? Refiriéndose al polvo blanco que llevaba en sobres individuales camuflados dentro de mi talega de tabacco. A detalle la estremecedora reminiscencia que experimenté cuando, una vez firmado el formato de salida de la Isla, se extendió ante mí un inmenso corredor y al final de este, una puerta, en la que me aguardaba un séquito uniformado que me animaba a seguir corriendo, extendiendo sus manos pidiéndome el pasaporte y pase de abordaje como si se tratase del testimonio en una carrera olímpica de relevos. Cómo crucé chorreando sudor por los estrechos pasillos que separan las filas de asientos hasta mi ubicación en la última zona y El como un atento y amable pasajero japonés, anticipando un deseo de privacidad para dejar aflorar la emoción contenida, se cambió voluntariamente a un distante asiento. Finalmente, quedará pendiente la confesión del cómo y en qué términos balbuceé una despedida de gratitud al Espíritu Absoluto del Kosmos, cuando el capitán comunicó a tripulación y pasajeros que era posible avistar hacia el flanco izquierdo a Fuji – San / La Montaña del Destino. ¿Cómo no alabar al Divino Creador si atiende siempre el clamor de un espíritu afligido?

*** SAYO NARA ***

Cap. 3.- Sócrates

El agente de seguridad me pide que aguarde mi turno y conserve la distancia. Un compañero se acerca para alertarlo y ambos me observan con gravedad. Por medio de la radio solicitan monitoreo remoto. A su señal me aproximo a la inspección, primero el escaneo de metales, luego, la inspección de partes blandas, no satisfechos me piden quitarme las botas. Limpio y las medias también. Nada de contrabando. Por último, escaneo del equipaje sobre la faja. Desde que despegamos de Narita, no hubo ocasión de cargar nada más a la maleta de mano. No obstante, los neerlandeses deben cerciorarse que, aunque sea apenas por tránsito, nada indeseable penetre su control fronterizo. El sensor rojo se activa y una oficial se acerca en tono amable a examinar el contenido. Extrae una pequeña caja y a pesar de la descripción perfectamente legible, pregunta: “¿Qué es esto? ¿Jabón en barra en pleno siglo XXI? ¿Y por qué son amarillos? ¿Miel de abeja?” También ella pide refuerzo y en breve aparece una compañera cargando un maletín de herramientas. Usa un escalpelo para trozar a la mitad un jabón e imprime encima una cinta reactiva. El color no varía. El jabón también está limpio de impurezas tóxicas. Una última inspección visual para verificar que nada ilícito escondo en el semblante y finalmente, puedo transitar por Schiphol/La Terminal. La primera parte del trayecto se ha completado. El trasbordo implica un tiempo de espera que no es poca cosa: Veintidós horas. Ubicarse en otro asiento es lo último que puede desearse después de catorce horas a bordo de una nave, a menos, que la intención sea reservarlo para uso exclusivo. Sofás reclinables gratuitos, codiciada comodidad que se disputa entre los transeúntes varados para no incurrir en gastos de hospedaje; poca sorpresa me despierta que hayan sido copados por la altisonante tropilla de connacionales con quienes comparto el itinerario. Las siguientes horas transcurren lentas pero sin tortuoso pesar previsto. Al menos en apariencia, en los adentros una voz viperina se agita, sesea deslizando en el pensamiento la idea que aún puedo arrepentirme del éxodo y corregir el desvarío. A mitad de la madrugada, decido recostarme e intentar dormir algunas horas sobre un sofá. Recibo una advertencia durante el mal sueño, me anticipan de una tormenta que amenazará el despegue. Ocurre en Las Tierras Bajas de Europa curiosa peculiaridad climatológica: En el mes 12, la Luz de la mañana no enciende sino hasta después de las nueve horas. Recorro con la vista el inmenso panel informativo, reconozco mi búsqueda marcada en letras rojas: Retrasado, otra hora. Una más de incertidumbre. Me asomo a un ventanal y compruebo con angustia que el panorama luce nada agradable para aventurarse hacia los cielos encapotados. Minutos después, las nubes se rompen y se derraman sobre las pistas. Todo allá fuera luce sombrío, húmedo y gris. Paradoja de la vida, esa es la estampa postal del destino final. Hacia las trece horas, dos de retraso, inicia el abordaje, la zona N°5, la más económica, será la última. Ha llegado el momento de cruzar el umbral.


Sombrío panorama a través del ventanal.
Schiphol/La Terminal.

Erguido sobre las piernas, emprendí lenta y larga marcha hacia el mostrador volviendo sordos los oídos a la voz que retumbaba en la mente, vociferando así:

“¿Qué estás haciendo, imbécil?

¡Aquí lo tienes todo! ¡Las Grandes cosas se encuentran de este lado!

¡Lo que siempre quisiste al alcance de un tren!

¿Volverás al basurero del que saliste? ¿Regresarás para fiar lentejas?

¡Qué estupidez la tuya! ¿Por qué renunciar a tus deseos?

¡Lo que dejaste atrás ya no existe! ¡Olvídalos! ¡Vuélvete! ¡Hazlo por ti!

No puedes salvar a nadie…”

Recibí cada golpe y mis rodillas flaquearon, el estómago y la próstata se comprimieron formando puño de una mano invisible; Tragué saliva y emití una señal de auxilio a lo divino, clamando por ayuda para continuar el paso hacia lo decisivo.

La última llamada se había emitido. Cerraba la fila de los rezagados. Era el final.

La aeronave y la puerta de embarque tan cerca pero el coraje esgrimido en todos los pasos previos ahora vacuo.

Lo que aconteció a continuación pertenece a la carpeta paranormal:

Desde lo más alto, se hizo audible una melodía, acordes y entrañable voz que se oía así:

Por entre los ventanales penetró un haz formando una silueta difusa, se deslizó hacia mí, me envolvió en un abrazo y susurró con turbio tufillo que me supo a cicuta:

“Vamos Tigre, no necesitas más que “eso” que reside en tu interior.”

*** Hágase La Luz ***


Vista aérea sobre el Canal de La Mancha.
Hágase La Luz

Retorno a la Plaza Mayor de Lima
El Ángel que escapó






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