El relato inicia temprano por la mañana en la concurrida estación de ShinaGawa donde debe hacerse trasbordo hacia “Niuka”, la Oficina Central de Migraciones de Tokyo.
Debía presentar una ficha de aplicación solicitando la extensión del permiso de residencia para continuar como inmigrante en situación legal.
El asunto consistía en justificar el Para qué pretendía quedarme pues me encontraba sin trabajo, a la espera de la aprobación del seguro de desempleo y tampoco había hallado a alguien dispuesto a firmar como aval garante para asumir los gastos de mi manutención en caso de caer en situación de mendicidad.
Había transcrito la traducción de una breve nota dirigida al Director General de la Burocracia, que decía así:
No tengo trabajo. No tengo ahorros. No tengo amigos ni familiares aquí.
La frontera aérea de mi país de origen está cerrada debido a la pandemia.
La decisión está de su lado.
Me conducía por la estación, recorriendo los pasillos hacia el extremo opuesto, hasta que mi atención fue capturada por un folleto publicitario al alcance de la mano.
Se trataba de una campaña de un tradicional festival botánico organizado por un municipio vecino a cargo de la gestión de un Parque Estatal.
Producto de la asiduidad del transporte en tren había aprendido a leer algunos caracteres del dialecto local, así pude interpretar las indicaciones.
Esa distracción resultó propicia para disipar la tensión nerviosa del asunto migratorio.
Me entretuve repasando el mapa de la vía férrea prometiendo que, si se presentase la oportunidad, visitaría el lugar.
Aquí debemos hacer un salto hacia atrás en el espacio-tiempo.
Un día como hoy, Marzo 08, en la zona caliente de la cocina de una fábrica de alimentos donde laboré durante el año 20, ocurrió lo que motivó la redacción de este texto.
Mi servicio consistía en cocer arroz, mezclarlo con frejol, amasar el producto y servirlo en cajas de cinco kilos, apilar cuatro cajas sobre una bandeja móvil y entregarlo en la zona fría para el siguiente proceso. Dieciséis cajas por hora. Diez horas por jornada extendida. Media tonelada diaria. Cinco días a la semana.
La encargada de operar la máquina que transformaba el producto en moldes triangulares, era una diminuta mujer oriunda de la Isla, a pesar del cosmético sobre las pestañas y el polvo en las mejillas no conseguía atenuar demasiado su avanzada edad. Jamás intenté averiguar cuántos años de su vida había dedicado a esa tarea.
Su fragilidad me inspiraba compasión.
Se me ocurrió llamar a un paisano para que traduzca una salutación por la ocasión de la calenda.
Debí aguardar unos minutos hasta que la transmisión del mensaje retornase a mis oídos.
La respuesta me causó sinsabor anímico:
“No sé cómo responderle… No sabía que existía un día para homenajear a la Mujer… No creo que sea permitido aquí…”
La mujer estaba en lo cierto, en esa Isla, la misoginia es intrínseca a la cultura a pesar de la alienación impuesta por los Americanos.
Proseguí en la labor manual absorto en una seguidilla de preguntas sin respuestas:
¿Por qué siendo tan valiosa la mujer debe relegársele a la sombra del varón?
¿Es factible que un país alcance la prosperidad prolongando el conservadurismo acerca de la distinción de género?
¿Cuál es el origen de la brecha entre el derecho de libertad e igualdad frente a los excesos del libertinaje y la promiscuidad?
Si los países de primer mundo detentan la ventaja del bienestar vs los menos favorecidos,
¿Por qué sus índices de felicidad son inferiores en comparación a los países más pobres?
¿Por qué ocurren más natalicios en los países pobres?
¿Fuese la nuestra una sociedad más saludable sin tantos niños bastardos?
¿Por qué las mujeres se ven obligadas a migrar para apuntalar la economía del hogar?
¿Cuánto comparten y cuánto más callan en la aventura del desarraigo?
¿Cuántos nacimientos no hubiesen acontecido si no fuese por la conveniencia del poder?
¿Qué debe hacerse para liquidar la trata de blancas?
¿Quién puede defender realmente a una mujer cuando el varón se ha ensañado en imponerse con el ultraje?
¿Cuántas más mujeres deberán ultimarse hasta que acontezca el día del juicio?
¿Existe sentimiento humano más próximo al AMOR del Divino Creador que el afecto de una Madre por la nueva vida?
¿Existirá algún lugar donde la mujer no sea (mal)tratada como un objeto?
¿Qué fuese del varón sin el afecto que prodiga una mujer?
¿Por qué algunos niños nacidos varones crecen albergando conflictos de identidad sexual?
¿Es el karma por abuso en vidas pasadas o algo más… metafísico y siniestro?
De regreso al año 21, habiendo recibido la renovación de la tarjeta de residencia y el abono del primero de tres subsidios mensuales por desempleo, podía continuar subsistiendo sin recurrir a caridad de terceros.
Luego de hacer sumas y restas entre lo necesario, lo correcto, lo indispensable y lo posible, conseguí reservar ocho billetes para trasladarme hacia la provincia vecina, a un lugar documentado como punto histórico de contacto con seres estelares, para la celebración de Vesak.
Ocurrió que la tarde del acontecimiento, al optar por un tren local que demandaba el doble de tiempo pero la mitad del costo, me encontré varado a mitad del trayecto por la suspensión del servicio debido a que un atribulado hombre decidió acabar con sus días lanzándose a la vía del ShinKanSen/Tren Bala.
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Se había frustrado la logística planeada con un mes de antelación.
Cuando llegué al destino, Mangetsu/ Luna Llena de Luz ya se vislumbraba fulgurante en el cielo negro.
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Debí convencer a una anciana mujer a aceptarme por una noche en su posada a cambio de cinco billetes sin derecho a alimentos ni bebidas.
El Amanecer fue húmedo y nuboso. La visibilidad sobre el horizonte casi nula. Me retiré del lugar bastante decepcionado.
Anduve cabizbajo siguiendo la franja de arena costera hasta dar con un cerco alambrado que interrumpía y conminaba a continuar sobre asfalto de la carretera. A lo lejos avisté una señal informativa; proseguí hasta leerla y al hacerlo sentí incredulidad, había leído antes esos caracteres, tres meses atrás, en un folleto de la estación de tren.
A distancia razonable para un andariego, la carretera conducía al Parque Nacional de Hitachi.
El desafío de la distancia optimizó mi semblante. Marchaba con la panza vacía pero contento a medida que la nubosidad se despejaba.
Durante todo el trayecto, apenas circularon algunos camiones de carga, pasé por un campo arrozal recientemente irrigado.
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Al llegar a la puerta de ingreso, sonreí doblemente satisfecho. El parque había estado cerrado debido a las restricciones de la pandemia y ese día reanudaba la atención. La concurrencia era escasa.
Compré el boleto de ingreso en una máquina y recibí el mapa del sitio.
Recordaba perfectamente que era lo que quería apreciar:
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Miharashi no Oka/ La Colina de los ojos azules de bebé.
Marché por los senderos entusiasmado de que finalmente pudiese presenciar lo que prometí en momentos de embarazosa de incertidumbre.
Y allí, la encontré tendida, una alfombra azul hasta donde alcanzase la vista.
¿Cómo fuese posible?
La campaña por el advenimiento de la primavera había concluido tres semanas atrás.
Caminé encandilado por esa colina y ....
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cada vez que contemplé en cuclillas una Nemophila.
Recordé a cada una de las hermosas niñas que hube encontrado en mi atolondrado paso por el jardín de la vida, muchas de ellas hoy convertidas en abnegadas madres, de los bancos de mi memoria afloraron en sus años núbiles y he bendecido su renovada belleza en esta nueva etapa de su vida.
Mientras descendía del circuito, recordé también a otro bebé de ojos azules, “Abelardo” Francella cuando lanzaba un suspiro de resignación por la ocasión infructuosa y decía:
“Esa mujer no era para mí…”
Entonces me retiré del parque costero para jamás volver, pero con la promesa de plasmar en palabras para la Mujer en su día, el iridiscente color azul que imprime en el Alma esa sensación tan cercana a la felicidad.
Promesa cumplida.
A M E N
Honshu, Reiwa 3 Mes 05 Día 28.
Editado en Lima, Año Solar 22. Mes 03 día 08.
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